¡El fruto del arrepentimiento es la expresión del amor verdadero!

 

 

 

 

“‘Entonces, ¿qué debemos hacer?’, preguntaba la gente. Juan les respondió: ‘El que tenga dos túnicas, reparta con el que no tiene, y el que tenga qué comer, haga lo mismo.’ También vinieron unos recaudadores de impuestos para ser bautizados, y le preguntaron: ‘Maestro, ¿qué debemos hacer?’ Él les contestó: ‘No cobren más de lo que se les ha ordenado.’ Asimismo, unos soldados le preguntaron: ‘¿Y nosotros, qué debemos hacer?’ Él les dijo: ‘No extorsionen a nadie, no denuncien falsamente y conténtense con su salario.’” (Lucas 3:10–14)

 

 

Meditaremos en esta palabra para recibir la enseñanza que nos ofrece.

(1) La pregunta del pueblo: “¿Qué debemos hacer?”

Lo primero que me llama la atención es esta pregunta repetida:

  • “Entonces, ¿qué debemos hacer?” (la multitud, Lc 3:10)

  • “Maestro, ¿qué debemos hacer?” (los publicanos, v.12)

  • “¿Y nosotros, qué debemos hacer?” (los soldados, v.14)

Esto me recuerda a Hechos 2:37:
“Al oír esto, se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: ‘Hermanos, ¿qué debemos hacer?’”

Ambos pasajes—Lucas 3 y Hechos 2—tienen dos elementos en común:

  1. La Palabra de Dios fue proclamada.

  2. Los oyentes respondieron.

En Lucas 3, Juan el Bautista predicaba “un bautismo de arrepentimiento para perdón de los pecados” (v.3). A los que venían para ser bautizados, les reprendió diciendo:
“¡Camada de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Produzcan frutos dignos de arrepentimiento, y no piensen: ‘Tenemos a Abraham por padre’. Porque os digo que Dios puede levantar hijos de Abraham aun de estas piedras. Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego.” (vv.7–9)

En Hechos 2, Pedro, lleno del Espíritu Santo el día de Pentecostés, se levantó con los otros once y proclamó poderosamente la Palabra (vv.14–36).

Como resultado:

  • En Lucas 3, el pueblo, los recaudadores de impuestos y los soldados respondieron: “¿Qué debemos hacer?”

  • En Hechos 2, el pueblo también respondió: “Hermanos, ¿qué debemos hacer?”

Pedro les dijo:
“Arrepentíos y bautizaos cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados” (Hch 2:38).

Juan el Bautista respondió:

  • A la multitud: “Compartan con los que no tienen.”

  • A los recaudadores: “No cobren más de lo establecido.”

  • A los soldados: “No extorsionen, no acusen falsamente, y estén contentos con su salario.”

En resumen, el mensaje central era:
“Produzcan frutos dignos de arrepentimiento.” (Lc 3:8)

(2) El mensaje del arrepentimiento y su fruto

Cuando la Palabra de Dios es proclamada y las personas responden, los siervos de Dios—como Juan o Pedro—llaman al arrepentimiento y a los frutos que lo demuestran.

Esta enseñanza se conecta con las palabras de Juan y de Jesús:
“Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.” (Mt 3:2; 4:17)

El verbo arrepentirse (griego metanoeō) significa literalmente “cambiar de mente”, pero bíblicamente va mucho más allá: no es solo una modificación intelectual o un remordimiento emocional, sino una conversión total del corazón y de la vida—un volverse completamente de los pecados hacia Dios, acogiendo al Mesías con fe.

“El reino de los cielos se ha acercado” nos muestra la razón del arrepentimiento: porque cuando el Reino se manifieste plenamente, los justos heredarán la vida eterna y los injustos serán apartados (Mt 25:31–46).

Por tanto, el Reino ha llegado ya con Jesús—en su enseñanza, sus milagros, su muerte y resurrección—y llegará en plenitud al final de los tiempos.

Así, Juan exhorta:
“Produzcan frutos dignos de arrepentimiento.” (Lc 3:8)

(3) El fruto del arrepentimiento

Los frutos dignos de arrepentimiento fueron:

  • Para la multitud: compartir con los necesitados (v.11)

  • Para los recaudadores: no cobrar de más (v.13)

  • Para los soldados: no abusar de su poder y estar contentos con su salario (v.14)

Podemos resumirlos así:

  1. Compartir.

  2. No aprovecharse.

  3. Estar satisfecho.

(i) La vida de compartir (la multitud) – Lc 3:10–11

Juan enseña que el verdadero arrepentimiento se manifiesta en actos concretos de amor y justicia.
Los “buenos frutos” comienzan con pequeños actos de compasión.

La “túnica” (chitōn en griego) era una prenda interior, debajo del manto (himation). En Palestina, donde las noches eran frías, muchos llevaban una de repuesto. Juan exhorta a quienes tienen más de lo necesario a compartir con quienes no tienen, tanto ropa como alimento.

Aquí aprendemos la visión cristiana de las posesiones: los bienes no deben acumularse egoístamente, sino usarse para el bien propio y el de los demás. Así, la riqueza adquiere valor eterno (Mt 25:31–46; 1 Ti 6:18; Stg 2:14–16).

(ii) La vida de justicia (los recaudadores) – Lc 3:12–13

Los recaudadores eran odiados por los judíos y considerados pecadores. Abusaban de su poder cobrando más de lo que Roma exigía.

Juan no condena su oficio, sino su corrupción: les exige honestidad y equidad.
Su llamado no es a una revolución social, sino a la transformación moral del corazón humano, especialmente la codicia.

Este principio sigue vigente: los que tienen autoridad deben actuar con justicia y rectitud (Lv 19:35–36; Pr 11:1).

(iii) La vida de contentamiento (los soldados) – Lc 3:14

Los soldados mencionados probablemente eran fuerzas locales bajo autoridad judía. Eran propensos al abuso de poder: extorsión, falsas acusaciones, violencia.

“Extorsionar” (diaseiō) significa literalmente “sacudir violentamente” o “intimidar para obtener dinero”.
“Acusar falsamente” (sykophanteō) implica “oprimir” o “explotar”.

Sus bajos salarios los tentaban a la corrupción. Juan los exhorta a actuar con justicia y a contentarse con lo que reciben.

(4) El mensaje central

El mensaje de Juan a cada grupo puede resumirse así:
Sea cual sea tu oficio, haz el bien, no el mal.

Las respuestas de Juan a las tres clases de personas pueden resumirse en una sola frase:
“Manifiesten el amor verdadero.”

Este amor es el fruto del arrepentimiento, que debe evidenciarse en la vida cotidiana de cada creyente.