“Una sola cosa que he pedido al Señor”

 

 

 

 

"Una cosa he demandado al Señor, y la buscaré: que esté yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor y para inquirir en su templo." (Salmo 27:4)

 

 

Recuerdo que desde la universidad, cuando cantaba solo con la guitarra la canción gospel llamada “One Thing I Ask”, muchas veces lloré. Desde que en mi primer año de universidad sentí el llamado de Dios y decidí obedecer ese llamado, por las dificultades y sufrimientos que enfrentaba, llegué a amar mucho este cántico.

Las dificultades y el sufrimiento que atravesaba me hicieron pedir una sola cosa.
Esa única cosa era que pudiera "habitar en la casa del Señor y contemplar la hermosura del Señor."

Hoy, en el Salmo 27:5, vemos que David busca la casa del Señor en medio de la aflicción.
¿Por qué buscaba él la casa del Señor?
Lo que este mundo puede darnos son aflicción, dolor y tristeza.
Aunque a veces podamos engañarnos y ver el mundo como lleno de alegría momentánea y placer, lo cierto es que lo que este mundo ofrece es aflicción, dolor y lágrimas.

Pero lo asombroso es que cuando nosotros, los cristianos, experimentamos aflicción, dolor y tristeza, nos volvemos aún más urgentes en pedirle a Dios “una sola cosa”.
Cuando vemos la fealdad del mundo y sentimos desaliento, desilusión, heridas, dolor y lágrimas, el Espíritu Santo llena nuestro corazón con un deseo ferviente de "habitar en la casa del Señor y contemplar la hermosura del Señor."

No es en la “casa” de este mundo, sino en la casa del Señor donde nuestro corazón arde por Él, y esto sucede precisamente cuando pasamos por aflicciones, sufrimientos y adversidades.
Cuanto más aumenta ese dolor, más fervientemente pedimos esa única cosa.

¿Y por qué?
David lo explica: porque quería que en el día de la aflicción Dios lo protegiera secretamente en su tienda, lo escondiera en lo secreto de su tabernáculo y lo colocara en lo alto sobre una roca (v. 5).

Así como un polluelo se esconde bajo las alas o en el regazo de su madre cuando siente el peligro de un águila, así también cuando nuestro enemigo, Satanás, nos ataca con toda clase de tentaciones, persecuciones y sufrimientos, anhelamos estar en la casa del Señor, en los brazos del Señor.

Por eso para nosotros los cristianos, la “aflicción” es en realidad una bendición que nos hace orar.
Oramos, y la aflicción nos hace pedir una sola cosa.
Esa única cosa es habitar en la casa del Señor y contemplar con anhelo la hermosura del Señor.

Los cristianos que, aun en medio de la aflicción del mundo, ven la hermosura del Señor, son orantes que piden una sola cosa.
Porque han visto la hermosura del Señor con el ojo del espíritu, pueden terminar sus oraciones habiendo sido puestos en lo alto “sobre la roca.”
Yo también deseo orar así.

 

 

 

Con el deseo de ir a la casa del Señor, abrazado en el amoroso regazo de nuestro Padre Dios, y reunirme con mis amados hermanos y hermanas,

 

 

Compartido por el pastor James Kim
(Después de cantar “Hacia ese alto lugar”)