La Oración de los Humildes que Escucha el Señor
[Salmo 10]
Ayer, durante la oración matutina del miércoles, el Espíritu Santo puso en mi corazón un deseo que me llevó a orar a Dios. En medio de un pequeño
dolor en mi corazón, cuando expresé ese deseo, derramé algunas lágrimas. Fueron lágrimas de anhelo profundo. Ese deseo era por la "santidad de Dios" y por la "gloria de Dios". El Espíritu me llevó a orar con fervor: “¡Maranatha! ¡Señor, ven pronto!”
Hoy, al leer el versículo 17 del Salmo 10, encontramos que el Señor escucha el "deseo del humilde". Cuando nos postramos humildemente ante el Dios santo y glorioso, presentando nuestras oraciones con sinceridad, Él escucha y responde a nuestras peticiones. En este contexto, quisiera reflexionar sobre quiénes son las "personas humildes" mencionadas en el pasaje, considerando cuatro aspectos diferentes.
Primero, el humilde es el "afligido".
En el Salmo 10:2 y 9 leemos: "El impío, por su arrogancia, persigue con dureza al afligido; que caigan en las trampas que él mismo ha hecho... Como un león en su guarida, acecha al afligido; se agacha para atraparlo, y su trampa atrae al afligido". El verdadero creyente es un afligido. En este contexto, "afligido" hace referencia a aquellos que están "atormentados" (según Park Yoon-seon). Vivimos en un mundo corrupto, y los verdaderos creyentes sufren por causa de los "malvados" (versículos 3, 4, 14, 15). Los malvados acosan y oprimen a los cristianos de diversas formas. Por eso, cuando estamos afligidos, debemos postrarnos humildemente y pedir la ayuda de nuestro Padre celestial.
Segundo, el humilde es el "solitario".
En el Salmo 10:8, 10 y 14 leemos: "Se sienta en los rincones oscuros; en sus escondites mata al inocente; sus ojos están vigilando al solitario... Se agacha, se doblega; por su violencia, el solitario cae... Tú lo ves, tú lo sabes, Señor; tú juzgas las maldades, y con tu mano lo compensas; el solitario espera en Ti, pues Tú eres el defensor de los huérfanos." El verdadero creyente es un solitario. Por causa de la justicia de Dios, se ve forzado a vivir en soledad y aislamiento. Vivimos en un mundo lleno de injusticias, gobernado por los malvados, y por ser fieles a la justicia de Dios, nos convertimos en solitarios. Sufrimos por la injusticia de los malvados y, por ello, no podemos evitar sentirnos aislados y solos en este mundo corrupto.