Agotamiento
(1 Reyes 19:1–14)
Los psicólogos dicen que, cuando el estrés sobrepasa el límite, puede llevar al desencanto personal, la autocrítica severa y una actitud cínica. Existe un artículo en internet que resume siete señales de advertencia que indican estrés peligroso:
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Crees que eres indispensable.
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Intentas hacer demasiadas cosas a la vez y no tienes tiempo para lo realmente importante.
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Te impones una presión constante y despiadada.
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Siempre sientes que estás atrasado y que nunca serás el mejor.
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Trabajas sentado durante largos periodos como costumbre.
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Sientes culpa si terminas temprano y vuelves a casa.
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Llevas tus preocupaciones del trabajo al hogar.
Ignorar estas señales de advertencia y continuar trabajando sin descanso lleva inevitablemente al agotamiento.
¿Qué es el agotamiento?
Literalmente, es cuando la energía se ha drenado por completo y se siente fatiga y falta de fuerza emocional, física y social.
Cuando un pastor llega a este punto, pierde el ánimo por el ministerio, sufre problemas de salud y se crean conflictos conyugales.
¿Cuántos pastores hoy están luchando en medio de un agotamiento así?
En el pasaje de 1 Reyes 19:1–14, encontramos al profeta Elías en un estado de agotamiento.
Después de su gran victoria en el monte Carmelo contra los 450 profetas de Baal y los 400 profetas de Asera (1 Reyes 18), la reina Jezabel, esposa del rey Acab, le envió un mensaje amenazándolo de muerte (19:2).
Elías, al escuchar esto, tuvo miedo y huyó. Luego, entrando en el desierto, pidió morir:
“¡Basta ya, oh Señor! Quítame la vida” (v. 4).
Ya no vemos en Elías la imagen firme y valiente del monte Carmelo.
Reflexionando sobre este estado de Elías, he llegado a identificar cuatro señales del agotamiento:
Primero, el miedo.
El profeta Elías sintió miedo al recibir la amenaza de Jezabel (19:2).
Esta actitud contrasta fuertemente con su firmeza en el capítulo anterior.
En 1 Reyes 18:1, Dios le dijo: “Ve y preséntate ante Acab,” y Elías obedeció con valentía (v. 2).
Pero en el capítulo 19, al ver la situación, huyó por su vida (v. 3).
Elías tuvo miedo. Temía a la muerte. Por eso huyó para salvar su vida.
Esta primera señal de agotamiento en Elías ocurrió justo después de una gran victoria espiritual en el monte Carmelo.
Al reflexionar en esto, me convenzo de que después de recibir una gran gracia debemos comprometernos a conservarla.
Debemos guardar nuestro corazón.
Si no protegemos el corazón después de recibir gracia, somos vulnerables no solo a caer en tentación y pecar, sino también a temer amenazas humanas como le ocurrió a Elías, llevándonos a evadir o huir de los problemas.
Segundo síntoma del agotamiento: la desesperación
El profeta Elías, tras huir, llegó a Beerseba de Judá, donde dejó a su criado (v. 3), y él mismo se internó solo en el desierto, caminando un día entero. Se sentó bajo un arbusto de retama y pidió morir:
“¡Basta ya, Señor! Toma ahora mi vida, porque no soy mejor que mis antepasados” (v. 4).
¿Qué tan profunda era su desilusión y desesperación para que rogara morir?
Cuando Elías oró diciendo: “¡Basta ya, Señor!”, en inglés (NASB) se traduce como “It is enough”, es decir, “Ya es suficiente” o “Ya no puedo más”.
Elías ya no tenía fuerzas para continuar su ministerio profético. Estaba agotado, desanimado, vencido, y le suplicó a Dios que le quitara la vida.
Para un ministro, el desaliento o la desesperación pueden ser muy peligrosos, aunque también parecen inevitables.
No creo que exista alguien en el ministerio que no haya sentido desánimo o desesperación en algún momento.
Personalmente, aún no he experimentado una desesperación tan profunda como para desear la muerte, como lo hizo Elías, por lo cual me resulta difícil comprenderlo completamente.
Sin embargo, tengo la sensación de que, en algún momento del ministerio, también yo enfrentaré una experiencia de desesperación como la de Elías.
Tercer síntoma del agotamiento: la debilidad física
Cuando el profeta Elías se acostó bajo el arbusto de retama en el desierto, un ángel vino, lo tocó y le dijo: “Levántate y come” (v. 5).
El ángel le ofreció pan horneado sobre brasas y una vasija de agua (v. 6).
Elías comió y bebió, pero luego volvió a acostarse.
El ángel volvió una segunda vez, lo tocó de nuevo y le insistió:
“Levántate y come, porque el camino que te queda es demasiado largo para ti” (v. 7).
Este detalle nos deja ver que Elías estaba completamente agotado también en lo físico.
Finalmente, comió y bebió, y con la fuerza de ese alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al monte de Dios, Horeb (v. 8).
Muchos pastores hoy están físicamente desgastados, lo que con el tiempo conduce al desarrollo de diversas enfermedades.
Cuando pienso en estos siervos que, agotados, se ven obligados a dejar momentáneamente el ministerio para descansar, puedo comprender por qué Elías, en medio de su debilidad física, llegó al punto del agotamiento.
Cuarto síntoma del agotamiento: una soledad extrema
El profeta Elías, tras recibir fuerzas al comer el alimento provisto por el ángel, caminó durante cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al monte de Dios, Horeb (v. 8), donde entró en una cueva y tuvo una conversación con Dios. Durante este encuentro, Elías repitió dos veces lo siguiente:
“Solo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (vv. 10, 14).
Elías expresó ante Dios que los hijos de Israel habían matado a todos los profetas del Señor y que solo él quedaba con vida.
Al considerar esto, me da la impresión de que Elías, en medio de una soledad profunda, incluso llegó a reprocharle a Dios.
Al imaginar a Elías solo en la cueva del monte Horeb, es evidente que estaba experimentando una soledad extrema.
¿Qué debemos hacer cuando enfrentamos estos síntomas de agotamiento?
Primero, debemos entrar voluntariamente en el desierto (v. 4).
Debemos permanecer en silencio delante de Dios. Es necesario apartarse, por un tiempo, también del ministerio.
No debemos ser como Marta, tan ocupados con el hacer, que perdemos el estar con el Señor.
Es necesario salir del entorno ajetreado y retirarse a un lugar tranquilo.
Necesitamos tiempo y espacio para estar a solas.
Debemos detener todo, acercarnos al Señor en silencio, y pasar tiempo meditando en Su Palabra y orando.
Segundo, necesitamos descanso físico (vv. 5–7).
Para prevenir la debilidad física, uno de los síntomas del agotamiento, debemos saber cuándo es momento de descansar.
Para siervos del Señor que son muy orientados a la acción, como Marta, descansar puede resultar incómodo.
Pero debemos aprender de María, que dejó sus tareas para sentarse en silencio a los pies de Jesús y escuchar Su voz.
Debemos dormir cuando es tiempo de dormir.
Muchos pastores están física y mentalmente agotados porque no descansan lo suficiente, lo cual les lleva a enfermedades tanto del cuerpo como del alma.
Como Elías, debemos ir al “desierto”, dormir, y también comer bien.
Como administradores del cuerpo que Dios nos ha dado, debemos cuidar nuestra salud para la gloria de Dios.
No debemos presentar un cuerpo enfermo al Señor.
Por supuesto, a medida que envejecemos, nuestro “tabernáculo físico” se debilita, pero debemos hacer todo lo posible por cuidar la salud para vivir plenamente para Su gloria.
Tercero, debemos escuchar la voz apacible del Señor (v. 12).
El profeta Elías, después de recobrar fuerzas físicas, fue al monte Horeb y allí escuchó la voz suave y apacible de Dios.
Debemos entrar al desierto, permanecer en la presencia de Dios, meditar en Su Palabra y orar con calma, hasta poder oír Su voz apacible.
No hay mayor gozo que escuchar la voz del Señor (Himno 511).
Al oír esa voz, recobramos nuevas fuerzas para levantarnos y cumplir la misión que Él nos ha dado.
El justo cae siete veces, pero se levanta (Proverbios 24:16),
porque aunque estemos caídos por el agotamiento, el Señor mismo nos levantará.
¡Debemos levantarnos y avanzar!
Somos como muñecos porfiados (que siempre se levantan): si caemos, el Señor nos vuelve a levantar para estar firmes de nuevo.
Hoy, mañana, aunque por diversas situaciones podamos sentir miedo, desesperanza, soledad o agotamiento físico, el Señor volverá a levantarnos.
Entremos al desierto voluntariamente, descansemos, y escuchemos la voz apacible del Señor.
Así seremos renovados, y con todo el corazón, cumpliremos la misión que Él nos ha confiado.
¡Victoria!