Dios está cerca de los quebrantados de corazón
“El Señor está cerca de los quebrantados de corazón y salva a los de espíritu abatido. Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo libra el Señor.” (Salmo 34:18-19)
Las heridas profundas del corazón solo las conocen Dios y uno mismo. A veces, en la vida, recibimos heridas tan profundas que ni siquiera queremos aceptar consuelo, aunque nos lo ofrezcan (Salmo 77:2). En mi caso, cuando mi primer hijo, Juyeong, falleció, pasé una semana entera sin contestar ninguna llamada. Fue una semana en la que no quería recibir consuelo de nadie.
Aún recuerdo claramente cómo, al regresar al apartamento, le pedí a mi esposa que guardara todas las fotos. Ella, que seguramente sufría aún más que yo, pasó toda la madrugada organizando cuidadosamente el álbum. No puedo olvidar esa imagen. Tal vez sea porque el amor de los padres es un amor que siempre fluye hacia abajo, pero la muerte de un hijo deja una herida punzante en el corazón. Claro que padre y madre sufren de forma distinta ante la pérdida de un hijo. Creo que cada uno lo vive de una forma única. Incluso las lágrimas que se derraman son diferentes.
En nuestra vida de fe, como decía el salmista, abundan las aflicciones. Como dijo también el apóstol Santiago, hay muchas pruebas que han estado, están y estarán presentes en nuestra vida. Y una de las cosas que más nos desaniman durante esas aflicciones no es tanto el sufrimiento en sí, sino el hecho de haber orado por salvación y, en lugar de recibirla, ser alcanzados por pruebas aún más duras. Es en esos momentos cuando nos sentimos confundidos y abatidos.
Y en medio de no entender la voluntad de Dios, nos preguntamos —y a veces también lo expresamos a otros—:
“¿Por qué Dios, en vez de responder mi oración con salvación, permite que me lleguen pruebas aún más duras y dolorosas?”
Tal como cuando el pueblo de Israel clamaba en su dolor desde Egipto y Dios, al oír sus clamores (Éxodo 3:7), envió a Moisés para liberarlos. Sin embargo, en lugar de salvación inmediata, lo que vino fue una carga aún más pesada impuesta por el faraón, causando más sufrimiento al pueblo (Éxodo 5). Así también, pareciera que Dios permite que nos hundamos aún más en el abismo, en lugar de brindarnos el auxilio que tanto necesitamos. En esos momentos, nuestro corazón se quebranta profundamente, hasta el punto de estar completamente roto y sin esperanza, llorando en silencio.
Si ahora mismo nos encontramos en ese tipo de abismo, ¿cómo deberíamos vernos a nosotros mismos y nuestra situación? Propongo dos maneras de verlo:
Primero, si no estamos en un pozo de 10 metros, sino en uno de 100 metros de profundidad, debemos agradecer. Porque en ese abismo tan profundo, perdemos completamente la fuerza para vernos a nosotros mismos, y nos damos cuenta, de manera absoluta, de que todo en lo que confiábamos no sirve de nada allí. Y eso, aunque doloroso, es motivo de gratitud. También debemos agradecer porque esa situación nos lleva a reconocer sinceramente ante Dios nuestra total incapacidad y nos conduce al arrepentimiento. Por supuesto, incluso esa gratitud es imposible sin la gracia de Dios.
Segundo, debemos agradecer porque, en lo profundo de ese pozo de aflicción, no tenemos otra opción más que mirar solo a Dios y depender de Él. Al confiar únicamente en Dios, no se manifiesta la gloria del hombre, sino la gloria de Dios. Por eso solo podemos orar, esperar y perseverar.
Hay una diferencia entre ser rescatado por la mano de Dios desde un pozo de 10 metros y ser rescatado desde uno de 100 metros. La obra poderosa de Dios que se manifiesta en lo profundo del abismo de 100 metros es distinta a la que se ve desde una menor profundidad. Tal vez por eso Dios permite que experimentemos sufrimientos y heridas más profundas: para que podamos ver una gloria más grande, y sentir Su presencia más intensamente.
Pero el verdadero problema es este: cuando realmente estamos atravesando un gran sufrimiento y heridas profundas, ¿somos capaces de sentir tan claramente esa gran gloria de Dios y Su cercanía?
Esto, también, es imposible sin la gracia de Dios.
Oro sinceramente para que Dios derrame esta preciosa gracia sobre los hermanos y hermanas a nuestro alrededor que están atravesando grandes sufrimientos, heridas y tristezas. Que Dios esté cerca de sus corazones quebrantados y que cure sus heridas.