Cristianos Sabios

 

 

 

“Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: Él prende a los sabios en la astucia de ellos. Y otra vez: El Señor conoce los pensamientos de los sabios, que son vanos. Así que, ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro: sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro; y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.” (1 Corintios 3:18-23)

 

 

¿Qué debemos hacer cuando enfrentamos pruebas? En el capítulo 1, versículo 2 de la carta de Santiago, la Biblia nos dice: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas”. La Biblia nos exhorta a considerar como un gran gozo el encontrarnos con pruebas. Sin embargo, muchas veces, ya sea en lo personal, en la familia o en la iglesia, no podemos considerar con gozo estas pruebas. ¿Cuál es la razón?

La razón es que no comprendemos que la prueba de nuestra fe produce paciencia (versículo 3). ¿Y por qué no entendemos esta verdad? Porque nos falta la sabiduría de Dios. Por eso el apóstol Santiago dice: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Santiago 1:5).

Debemos pedir sabiduría a Dios, quien da abundantemente y sin reproche. Cuando así lo hacemos, Dios nos dará su sabiduría generosamente. Entonces, con la sabiduría que Dios nos da, podremos enfrentar las pruebas personales, familiares o de la iglesia con gozo completo, y así perfeccionar nuestra paciencia.

Y cuando la paciencia haya completado su obra, seremos perfectos y cabales, sin que nos falte cosa alguna.

La Iglesia de Corinto era una iglesia con muchas deficiencias.
Una de las causas principales era que dentro de la iglesia había personas que, ante los ojos de Dios, no eran sabias, sino insensatas. Estas personas eran carnales (1 Corintios 3:1-4), y su fe era tan inmadura que vivían de una manera muy parecida a los incrédulos. Eran como “niños pequeños” (v. 1), y debido a su falta de fe firme, no estaban cimentados en Jesucristo, quien es el fundamento de la casa de Dios (v. 11). Por ello, eran fácilmente arrastrados por falsas enseñanzas, cayendo en el engaño de Satanás, quien intentaba edificar la casa de Dios sobre otro fundamento distinto al de Jesucristo. Al hacerlo, estaban pecando contra Dios.

La razón por la cual su fe era inestable era porque no tenían la capacidad de recibir alimento sólido, como el pan o la carne espiritual, y solo podían alimentarse de lo más básico, como la leche espiritual —es decir, las doctrinas fundamentales de la Biblia (v. 2). No tenían la capacidad de comprender las profundas doctrinas de Dios. En resumen, eran principiantes en el camino de Cristo.

Así, aunque ellos se consideraban el campo de Dios (v. 9), no comprendían que Pablo y Apolos, a quienes tanto admiraban, no eran nada (v. 7), sino simplemente siervos del Señor encargados de sembrar y regar (v. 5), siendo Dios quien hace crecer (vv. 6-7).

Además, los creyentes de Corinto no servían a la iglesia según la gracia de Dios como lo hacía Pablo, un sabio arquitecto (v. 10), ni estaban firmemente cimentados sobre la roca, Jesucristo, fundamento de la iglesia (v. 11). ¿Por qué? Porque en lugar de aferrarse a los materiales puros de la verdad de Dios, prestaban oído a materiales defectuosos: falsas doctrinas (v. 12).

Como consecuencia, aún eran influenciados por su naturaleza corrupta, y “andaban según los hombres” (v. 3), sin darse cuenta de que eran templo de Dios y que el Espíritu Santo moraba en ellos, contaminando así el templo de Dios (vv. 16-17).

¿De qué manera contaminaban el templo de Dios?
En vez de seguir la guía del Espíritu Santo, vivían conforme a la carne. No solo cometían inmoralidades sexuales con su cuerpo (6:18), sino que también destruían la unidad de la iglesia, promovida por el Espíritu, al causar divisiones y contiendas (1:10-11; 3:3-4; 12:25). Se jactaban diciendo: “Yo soy de Pablo” o “Yo soy de Apolos”, y así, en medio de los celos y las disputas, formaban partidos, impidiendo la unidad de la iglesia (3:3-4).

¿Entonces, qué debían hacer los creyentes de Corinto? ¿Qué debemos hacer tú y yo para evitar divisiones y guardar bien la unidad de la iglesia?
El apóstol Pablo lo resume en 1 Corintios 3:18-23:
Tanto los creyentes de Corinto como nosotros debemos ser “cristianos sabios”.

Y la Biblia nos enseña, en varios puntos, cómo los cristianos sabios pueden guardar y mantener la unidad de la iglesia…

 

Primero, el cristiano sabio no se engaña a sí mismo.


Veamos lo que dice la Biblia en 1 Corintios 3:18:
“Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio.”

Cuando hay divisiones dentro de la iglesia, muchas veces los problemas los causan aquellos que piensan que son sabios en su propia opinión. ¿Quiénes son los que se consideran sabios? Son aquellos que no confían en Dios, sino que se apoyan en su propia inteligencia (Proverbios 3:5-7).

Según Jeremías 9:24, el verdadero entendimiento que agrada a Dios consiste en conocerlo a Él. Sin embargo, los que se apoyan en su propia inteligencia pueden decir que conocen a Dios, pero en realidad no lo conocen de corazón.

Otro pasaje que respalda esta verdad es 1 Corintios 1:21, donde Pablo declara que “el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría humana.” En resumen, aquellos que causan divisiones en la iglesia creyéndose sabios, en realidad son personas orgullosas que no conocen a Dios (1 Corintios 1:21).

Entre los creyentes de Corinto había personas orgullosas que, movidas por celos y contiendas, estaban quebrantando la unidad de la iglesia. Probablemente, al comienzo de su fe en Cristo, no eran así de altivos. Esto lo podemos deducir por lo que Pablo dice en 1 Corintios 1:26-29:

“Pues mirad, hermanos, vuestro llamamiento: que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.”

Los creyentes de Corinto sabían bien que, desde la perspectiva del mundo, no eran muchos los sabios, poderosos o de buena posición social entre ellos. Sin embargo, Dios los escogió en su gracia, y por medio de Pablo, les dio el evangelio de Jesucristo crucificado, concediéndoles la salvación al recibirlo como su Salvador.

Pero, aun habiendo recibido esta gracia, algunos en la iglesia de Corinto se volvieron orgullosos y comenzaron a considerarse sabios según los criterios del mundo (1 Corintios 3:18). ¿Por qué surgieron tales personas en la iglesia? Porque olvidaron la gracia de Dios.

Como resultado, se llenaron de orgullo y comenzaron a confiar en su propia sabiduría en lugar de confiar en Dios. Finalmente, Dios los dejó caer en sus propias trampas, como dice el versículo 19 (véase también Job 5:13): “Prende a los sabios en la astucia de ellos.”

Los pensamientos de estos hombres —que a los ojos de Dios eran insensatos— eran vanos e inútiles (v. 20). No obstante, los orgullosos que se creen sabios según el mundo no reconocen que sus pensamientos no valen nada (v. 20).

Por eso Pablo les dice con claridad: “Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio.” (v. 18).

 

No debemos engañarnos a nosotros mismos.


¿Cómo podemos engañarnos? Pensando que somos sabios “según los criterios de este mundo”.
Debemos comprender que aunque la sabiduría de este mundo pueda parecer sabiduría ante los ojos de las personas, ante Dios es necedad (v. 19).

Por eso, como nos enseña la Biblia, si alguno se cree sabio en este mundo, debe hacerse necio para llegar a ser verdaderamente sabio.
En otras palabras, si estamos engañándonos a nosotros mismos creyendo falsamente que somos sabios según este mundo, debemos reconocer que eso es insensatez a los ojos de Dios.

La sabiduría del mundo —que no conoce ni reconoce a Dios— es, en realidad, una necedad vacía y sin valor.
No debemos servir en la iglesia usando esa sabiduría vana y mundana.
De hacerlo, caeremos inevitablemente en el pecado de romper la unidad del cuerpo de Cristo, como sucedió con los creyentes de la iglesia de Corinto, al caer en celos y contiendas.

Por el contrario, debemos desechar la sabiduría de este mundo —insensata ante los ojos de Dios— y convertirnos en personas verdaderamente sabias desde la perspectiva divina.

¿Quién es sabio ante los ojos de Dios?
Quien no se apoya en su propia inteligencia, sino que confía en el Señor, quien lo reverencia y obedece su Palabra con fe.
Los que obedecen a Dios con fe son precisamente los cristianos sabios que protegen y mantienen la unidad del cuerpo de Cristo, que es la iglesia.

Tú y yo debemos convertirnos en ese tipo de cristianos sabios.
Mi oración es que tú y yo seamos sabios ante los ojos de Dios, y que con fidelidad preservemos la unidad de la iglesia del Señor.

 

En segundo lugar y por último, el cristiano sabio no se gloría en los hombres.

Leamos 1 Corintios 3:21:
“Así que, nadie se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro.”

El apóstol Pablo ya había dicho antes a los creyentes de Corinto: “El que se gloría, gloríese en el Señor…” (1 Corintios 1:31).
Esto lo dijo porque los creyentes de Corinto estaban jactándose de los líderes a los que seguían: Pablo, Apolos o Pedro (Cefas).

Por eso, en el capítulo 1, Pablo les recuerda que Dios escogió a lo necio, débil, vil, menospreciado y lo que no es —cosas que describen a muchos de ellos— para que escucharan el evangelio de la cruz de Jesucristo, creyeran en Él y fueran salvos.
¿Con qué propósito?
Para que “ningún ser humano se jacte en la presencia de Dios” (v. 29).

Entonces, ¿por qué seguimos jactándonos de los líderes que seguimos?
¿Por qué, como los creyentes de Corinto, confiamos en nuestros propios méritos, habilidades o sabiduría y nos gloriamos en los hombres que seguimos, causando divisiones y contiendas dentro de la iglesia? (1 Corintios 1:10-13).

¿Cuál es la causa?
La causa es que hemos olvidado que la salvación es únicamente por la gracia y el poder de Dios. Hemos caído en el error de pensar que se debe al mérito humano o a la capacidad del hombre.

Cuando perdemos la conciencia de la gracia de Dios y adoptamos una mentalidad basada en méritos humanos, inevitablemente empezamos a exaltar al hombre en lugar de a Dios.

Y esta mentalidad de mérito humano nos lleva, en última instancia, a jactarnos de las personas en vez de glorificar a Dios.