Carta a los hermanos que critican a sus pastores
“¿No te es ya bastante haber sacado de una tierra que mana leche y miel para hacernos morir en el desierto,
que también quieras hacerte príncipe sobre nosotros? Tampoco nos has metido en una tierra que fluye
leche y miel, ni nos has dado heredades de tierras y viñas. ¿Intentas cegar los ojos de estos hombres?
No subiremos.” (Números 16:13-14)
Los pastores no solo debemos escuchar las críticas de los creyentes, sino también las de los no creyentes, y especialmente de los que se oponen abiertamente al cristianismo. Así como David, tras pecar, huyó al desierto de Judá para escapar de su hijo Absalón y escuchó los insultos de Simei, del linaje de Benjamín (2 Samuel 16:5), los pastores también debemos soportar las voces de maldición, y con todo eso, acudir a Dios en oración.
Con esto en mente, mientras leía y meditaba nuevamente en Números capítulo 16, surgió en mí la pregunta: ¿No habrá también un mensaje que Dios quiera dar a los creyentes que critican a sus pastores a través de este pasaje? Con respeto y temor, escribo esta reflexión con el título:
“Carta a los hermanos que critican a sus pastores”.
Tomando como base Números 16:13-14 y considerando el capítulo completo, quiero compartir tres enseñanzas dirigidas a los creyentes. Espero que cada uno de nosotros medite y vuelva a meditar este pasaje, y que el Espíritu Santo nos dé entendimiento, para que, al obedecer lo revelado, podamos glorificar a Dios.
Primera enseñanza: criticar al pastor puede ser, quizás, criticar a Dios.
Uso la palabra “quizás” porque en Números 16 no aparece literalmente el término “criticar”, sino expresiones como “oponerse” o “rebelarse” (vv. 2, 3, 11), y “levantarse en contra” (v. 19). En este capítulo, Coré —descendiente de Leví, hijo de Izhar y nieto de Coat— junto con Datán, Abiram (hijos de Eliab) y On (hijo de Pelet), de la tribu de Rubén, se levantaron contra Moisés. No lo hicieron solos, sino con 250 líderes reconocidos del pueblo (vv. 1-2).
La Biblia es clara: esto fue rebelarse contra Dios mismo (v. 11).
¿Qué nos dice esto hoy? Personalmente, creo que oponerse al líder que Dios ha establecido es oponerse a Dios mismo.
El mensaje de la Escritura es firme:
“Quejarse contra los líderes que Dios ha establecido es quejarse contra Dios” (Éxodo 16:2,7),
“y rebelarse contra ellos es rebelarse contra Dios” (Números 14:2-3,11).
En segundo lugar, quisiera plantear una pregunta: ¿Acaso las críticas que se hacen a los pastores son verdaderamente justas ante los ojos de Dios?
En Números 16:13-14, vemos cómo Datán y Abiram, hijos de Eliab de la tribu de Rubén, desobedecieron la orden de Moisés (v. 12) y expresaron su oposición con palabras que pueden dividirse en cuatro partes:
(1) “¿No te es ya bastante haber sacado de una tierra que mana leche y miel para hacernos morir en el desierto?” (v. 13a)
¿Realmente Egipto —de donde Moisés y Aarón sacaron al pueblo— era una “tierra que mana leche y miel”? ¿Acaso la intención de Moisés y Aarón al liberar a Israel era llevarlos al desierto para morir? Lo más incomprensible es que Datán y Abiram culparon a Moisés por sacar al pueblo de Egipto, lo cual representa una grave difamación contra la obra salvadora de Dios. Al olvidar la gracia divina, consideraron pequeña la gran obra de liberación de Dios y, en contraste, vieron como grande su actual dificultad en el desierto.
(2) “… ¿también quieres hacerte príncipe sobre nosotros?” (v. 13b)
¿De verdad Moisés quería ser rey sobre Israel, como acusaron Datán y Abiram? Parece que sus pensamientos fueron influenciados por las naciones paganas, ya que en aquel entonces Israel no tenía rey, pero las naciones vecinas sí. Su acusación carece de todo fundamento. Moisés, un hombre humilde y temeroso de Dios, no tenía interés en reinar. Fue Dios mismo quien lo llamó para liberar a su pueblo, y Moisés obedeció. En realidad, quien deseaba exaltarse indebidamente fue Coré (v. 7), el levita que ambicionaba una posición mayor. Así, estos hombres malinterpretaron y calumniaron gravemente al siervo humilde de Dios.
(3) “Tampoco nos has metido en una tierra que fluye leche y miel, ni nos has dado heredades de tierras y viñas…” (v. 14a)
Datán y Abiram afirmaron que Moisés no los había llevado a la tierra prometida. Pero, ¿acaso no fue Dios mismo quien los sacó de Egipto y los guió con columna de nube y de fuego? Su afirmación muestra su incredulidad y arrogancia. Culparon a Moisés por una promesa que aún no se había cumplido debido, justamente, a la rebelión y desobediencia del pueblo.
(4) “… ¿pretendes cegar los ojos de estos hombres?” (v. 14b)
Con esto, le acusaban de manipular al pueblo para que le siguiera ciegamente. Datán y Abiram consideraban su propia oposición como justificada, aunque Moisés simplemente obedecía la palabra de Dios. Esta crítica no era más que otra expresión de rebeldía y soberbia.
En resumen, al observar cuidadosamente las palabras de Datán y Abiram contra Moisés, vemos que sus críticas eran infundadas y totalmente injustas. Nos lleva a reflexionar: cuando los creyentes critican a sus pastores, ¿lo hacen con fundamentos justos y piadosos, o se parecen más a estas voces rebeldes del desierto?
Tercero, todos debemos postrarnos y orar a Dios.
Cuando Coré, de los hijos de Leví, se rebeló formando un grupo con otros y se levantaron contra Moisés, ¿qué hizo Moisés? Se postró ante Dios (Números 16:1–4). Al escuchar las palabras: “¡Basta ya de vosotros! Toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está el Señor. ¿Por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la asamblea del Señor?” (v. 3), Moisés no respondió con argumentos ni se defendió con palabras, sino que, con resolución solemne, buscó la solución en la oración. Comprendió que solo Dios podía resolver esa situación, y por eso fue directamente a Él con súplica ferviente.
Este acto decidido de Moisés no fue algo aislado. Lo vemos dos veces más en Números 16:22 y 45. Cuando Coré reunió a toda la congregación frente a la entrada del Tabernáculo para oponerse a Moisés y Aarón (v. 19), y Dios, en su justa ira, se dispuso a destruirlos rápidamente (v. 21), Moisés y Aarón nuevamente se postraron y rogaron a Dios (v. 22). Suplicaron que no descargara su ira sobre toda la congregación por el pecado de un solo hombre. A pesar de esta oración de intercesión, Dios castigó a Coré y su grupo, y la tierra los tragó vivos (vv. 31–33). Además, 250 jefes del pueblo que ofrecían incienso, también fueron consumidos por fuego que salió de la presencia del Señor (v. 35).
Sin embargo, al día siguiente, toda la congregación de Israel se volvió contra Moisés y Aarón, quejándose: “¡Vosotros habéis matado al pueblo del Señor!” (v. 41). Cuando el pueblo se amotinó, Dios quiso exterminarlos de inmediato (v. 45). ¿Y qué hicieron Moisés y Aarón? Una vez más, se postraron en oración (v. 45). Moisés no rebatió con palabras, ni los juzgó él mismo, sino que, como antes, confió plenamente en que Dios era el único que podía resolver incluso estas situaciones extremas.
Nosotros debemos hacer lo mismo.
En la iglesia, si surgen conflictos o dificultades entre pastores y miembros, no debemos dejarnos llevar por la crítica o la queja, sino postrarnos todos ante Dios en oración. Tanto los pastores como los creyentes debemos buscar a Dios en humildad. En lugar de levantar voces de crítica, que entre nosotros se escuchen primero las voces de oración, súplica y dependencia de Dios.
Ruego que el sonido que resuene en nuestras iglesias no sea el del desacuerdo, sino el de corazones postrados, buscando la voluntad y la intervención del Señor.